lunes, 5 de marzo de 2007

MAÑUALES E INSTRUCCIOÑES

Texto de Accidents Polipoètics para el último número (febrero, 2007) de la revista La Más Bella.

Decía el bueno de Ernst Jünger que las guerras siempre comienzan con un cursillo. Antes de ponerse a matar como un condenado, el futuro soldado debe aprenderse el manual de instrucciones de la máscara antigás. El manual de instrucciones del fusil de asalto. El manual de instrucciones de las letrinas auto-higiénicas. Incluso, el manual de instrucciones de qué cara poner o qué postura adoptar, en caso de caer herido en las cercanías de un camarógrafo televisivo. ¿Acaso la guerra es tan complicada como para que se tengan que aprender tantas cosas?
Y es que con las instrucciones siempre pasa que, en caso de duda, se aplica el artículo primero. Ese famoso artículo primero, que constituye la base de todo manual. De hecho, fíjense que ese es el único artículo importante. Con el primero siempre hay suficiente. Como en los diez Mandamientos, con obedecer sin chistar al de las barbas blancas hay de sobra. Los otros nueve son de relleno. Pues, al fin y al cabo, nadie se ha molestado en cumplirlos desde los remotos tiempos en que el bueno de Moisés bajó del monte porque ya se había puesto moreno-gamba con la dichosa zarza ardiente de rayos uva que le había enviado Jehová.
Pero, entonces, si con una hay bastante: ¿para qué se necesitan tantas instrucciones? Nosotros intuimos que se escriben para marear a la perdiz hasta que ésta se meta sola, obediente y disciplinada, en la cazuela. Esa es la base de todo poder, dar instrucciones. Cuanto más claras, mejor. Como en el famoso cuento de Cortázar, las instrucciones siempre son para subir una escalera, no para bajarla o para tomar el ascensor. Las escaleras suben y hay que subir con ellas. Siguiendo, paso a paso, cada una de las reglas, si no queremos darnos de bruces con el primer escalón.
¿Podemos vivir sin instrucciones?, ¿es el manual la quintaesencia de la civilización?, ¿y si todos los manuales estuviesen equivocados?, ¿y si los hubiera traducido del rumano un chino que no conoce el francés?, ¿o es que ustedes no compran electrodomésticos? Lean, lean los manuales de una nevera. No decimos ya de un ordenador o de una avioneta para fumigar maizales. Una triste tostadora tiene manual de instrucciones. Es un género literario al alza. Manuales para poder utilizar la moderna tecnología. Manuales para las relaciones personales. Manuales para educar a un bebé. Manuales para adiestrar perros y para enseñar a nadar a los peces de colores. Hoy en día hay manuales para todo.
Se sabe de un caso en que la madre no pudo dar a luz al haberse olvidado el manual de obstetricia en casa. Y de otro en que un amante perdió a su amada porque no supo qué más decir después del tradicional, burocrático y aburrido “te quiero”. Y es que no se había estudiado el manual de las declaraciones de amor. Pero hombre, esas cosas hay que estudiarlas, prepararlas, memorizarlas. Hoy en día resulta peligrosísimo tener una idea que no esté en el manual. En realidad, la manía de pensar ha sido calificada de funesta por los poderes fácticos de todos los tiempos. Como aquella cátedra de la universidad de Cervera, que comenzó su carta al rey Fernando VII afirmando sandungueros: “lejos de nosotros la nefasta costumbre de pensar”.
Lo políticamente correcto no deja de ser también un manual de instrucciones para que nadie se moleste. No sea que dañemos la autoestima del prójimo. La combinación de corrección política y autoestima está generando pensamientos que se creen muy respetuosos. Pero que en el fondo –así lo vemos nosotros- son pensamientos engreídos, superficiales y tolerantes. Sí, sí, tolerantes. No hay nada peor que un pensamiento tolerante, un pensamiento perdonavidas de los negros, las mujeres, los homosexuales, los feos, los mancos, los que tienen verrugas, los que se peinan con la raya en medio o los que prefieren las alcachofas y detestan los macarrones. Más respeto y menos tolerancia, hombre de Dios.
Fíjense en los manuales de autoayuda. Ya que muchos profesionales de la ayuda –psiquiatras y psicólogos- no saben ayudar, la gente acaba buscando la ilusión de vivir en los manuales. Allí tienen recetas e instrucciones para hacerse manualidades emocionales. Exprésate con claridad, cíñete al tema que estás exponiendo, créete lo que estás oyendo, termina la conversación antes de que pierda interés. Exponlo, detente, arranca, no sigas, no pares. Coño. Habla con una amiga. ¡Acabáramos!
¿Por qué estoy agotada, después de limpiar escaleras, despachos, ventanas y barrer la Torre Agbar de madrugada?, ¿por qué me siento triste, si no veo a nadie desde 1978? Cucú, ¿dónde está el bebé de mamá? ¿Dónde va estar?, con la abuela, que ya tiene 94 años, pero es la única que tiene tiempo para cuidarlo. Y a la abuela la cuida una joven peruana, que ha conseguido sobrevivir a la conquista española que asoló a sus antepasados. Es curioso lo que se parece la chica peruana a Hernán Cortés. El manual de instrucciones del conquistador español fue reeditado en España en 1936, con los resultados conocidos. ¡Y eso que lo cortés no quita lo Pizarro!
No es por nada que instrucción es un término militar. Cuanta más instrucción, menos educación. Si empezábamos este escrito citando al bueno de Jünger, permítannos acabarlo citando al bueno de El Roto, genial poeta gráfico, cuando hace poco afirmaba: “no os fiéis de vuestra memoria histórica, nosotros os diremos lo que recordáis”.

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