martes, 4 de septiembre de 2007

"LA PALABRA ROMPE SUS LÍMITES"

Bruno Galindo, LA VANGUARDIA, 18/04/2007.

El género literario y musical revela una nueva oralidad que puede democratizar definitivamente el modo de entender, concebir y transmitir poesía en el siglo XXI.
“Bardo”, “trovador”, “lírico”, “rimador”, “rapsoda”, “juglar”, “escaldo”, “cantor”. Tendrían que estar encañonando al poeta medio contemporáneo con un arma de gran calibre para que este aceptara identificarse con alguno de los sinónimos que le ofrece el programa de textos Microsoft Word. ¿Queda aún alguien que cuente las sílabas, que se preocupe por la consonancia/asonancia de la rima, siquiera por que haya una rima? ¡El poema ya no es lo que era, ni se recita como antes, ni habla necesariamente de lo mismo! Hoy la creación del verso se debate en el dilema de seguir siendo un rubro académico y vehemente o buscar lo sublime en las lindes de lo contemporáneo y lo cotidiano.
Como todas las culturas actuales, la poesía –podría hablarse de literatura en un plano más amplio- participa de una nueva realidad híbrida, una encrucijada en la que todo formato está en entredicho y ninguna posibilidad queda excluida. En la interpretación de esta nueva expresión es recurrente la utilización de artes tecnológicas y audiovisuales, de bandas sonoras electrónicas y ambientales, de recursos escénicos tradicionales de la performance, del software. O nada de ello: los versos desnudos, pero rítmicamente liberados. Ni todo esto es nuevo ni está claro que precise ser definido en el territorio impreciso de una palabra-género. Pero por algún motivo hoy vuelve a hablarse de una idea nacida hace medio siglo. Algo que se traduce simplemente como la palabra hablada.
Spoken word refiere una voz que habla y cuenta algo. Existe o no el componente musical. ¿Qué diferencia hay entre eso y un recitado ortodoxo? En rigor, nada. ¿Entonces? Ese algo más pasa por la recuperación de la oralidad del texto pero con una total libertad formal y rítmica. Ese fue, al menos, el espíritu con el que los beatniks formularon su reivindicación. El primero fue Allen Ginsberg, en la legendaria lectura de su poemario Howl (Aullido) en la Six Gallerie de San Francisco, hace ya 52 años; de ahí en adelante Kerouac, Burroughs, Giorno –con sus reseñados laboratorios Dial-a-Poem y Giorno Poetry Systems-, Gyson, Ferlinghetti, Corso, McClure… Un repaso histórico obliga a estudiar a talentos de la Afroamérica y la diáspora negra del último tercio del siglo XX como Last Poets, Mutabaruka, Linton Kwesi Johnson, Gil Scott-Heron o Chuck D, y a los miembros del Black Arts Movement –fundado por el también beat Amiri Baraka-: púgiles del verso como Nikki Giovanni, Sonia Sanchez, Haki R. Madhubuti. Ahí la palabra se alía con el jazz o el funk, o configura el dub poetry en su encarnación más netamente jamaicana. No se puede olvidar, en otra tradición y en otro continente, el poco frecuente pero posible influjo en el spoken word de las vanguardias europeas: consten pues el trabajo del cosmovisionario John Cage (el texto al borde de la desemantización en speeches-partitura como 45’ for a speaker, de 1954, o sus conferencias polifónicas en los 60 o, ya en los 70s, de esos ideogramas semilegibles que llamó Mesostics) o el suicida genial Bernd A. Zimmerman, que en un disco de 1970 produjo un lienzo crudo y ambiental que llamó Requiem für einen jungen dichter (Requiem para un joven poeta). Ahí había una orquesta, dos actores, voces de soprano y barítono, tres coros, un combo jazzístico, un órgano y un collage de pistas vocales de Mao, Churchill, Stalin, Alexander Dubcek, Juan XXIII, Albert Camus, Ludwig Wittgenstein, Ezra Pound, Joyce, Vladimir Maiakovski, Wagner y los Beatles. Samples antes de la era del sample, ulterior inspiración para textjockeys.

Xavier Theros y Rafael Metlikovez (Accidents Polipoètics), junto a Juan Carlos Jovellar, Anki Toner y Javier Piñango, frente a La Casa Encendida (Madrid).

Para que el repaso fuese riguroso sería obligado situar aquello de lo que estamos hablando en el marco de la oralidad, lo que llevaría al origen del homo sapiens. Pero no hay tiempo ni espacio para tanta antropología. Quedémonos en expresiones primigenias de la literatura oral como las payadas latinoamericanas (territorio del Martín Fierro, texto del relieve de un Quijote criollo), el repentismo (peleas verbales de ingenio e improvisación en el paupérrimo y ultramístico nordeste brasileño, y en otras regiones iberoamericanas), los griots africanos (cuento y recuento de historias, quintaesencia de la oralidad africana encarnada en la sabia senectud), los dozens (rimaderos subidos de tono entre esclavos en la América esclavista). E incluso, y sobre todo, más reciente, el hip hop, que comparte con el spoken word el fundamento de estar escrito para ser escuchado más que leído. ¿No es notable que los raperos hayan reclamado para sí una palabra devaluadísima en el mundo pop, acaso la única que el sistema aún no ha devorado, “poesía”? Incluso en España ha ocurrido; baste con escuchar durante un rato a formaciones como Violadores del Verso. Respecto a Estados Unidos, ya hace tiempo que el sello más puntero del mercado rentabiliza su división Def Poetry Jam, que el lado más político está encarnado en los paladines del colectivo Anticon, y que las competiciones de slam están a la orden del día vía MTV y otros circuitos masivos.
Este sería el lugar, más bien, de aventurar por qué el spoken word vuelve a tener importancia, si realmente contribuye a contemporaneizar esa actividad vocacional a la que faltan sinónimos. Existe algo que puede llamarse cine actual. Existe un amplio abanico de músicas que definen nuestro tiempo. Hay un arte plástico de hoy. Y una arquitectura. Pero, ¿cuál es la poesía contemporánea? Gonzalo Escarpa (Madrid, 1977) tiene una opinión acreditada por la experiencia de trabajar de día con instituciones oficiales (Fundación José Hierro) y de noche en el subsuelo (dirige el Centro de Difusión Poética Circo de Pulgas, en el madrileño barrio de Lavapiés). “Vamos al revés que la Historia del Arte: primero el barroco, luego el siglo de oro y luego la Edad Media. Ahora vivimos una etapa manierista, que no es más que un retroceso disfrazado de avance. La poesía se ha quedado en el XVIII. Igual ahora entroncamos con lo primitivo. En todo caso hay dos centros de subversión muy claros. Barcelona es más culturalista, la tierra del debate; veo allí una exploración de los límites. Madrid es más rococó, de peluca blanca y rape: la ceremonia del ego”, cuenta. Escarpa, licenciado en filología hispánica, ve que “de noche” -digámoslo así- “hay más gente renovando que continuando. Líneas de acción en las que todo entra colateralmente. Convivencia entre diferentes generaciones y una combinación espléndida entre teoría y práctica. Lo que hacemos no es extraño. ¿Experimental? La palabra ya no sirve. Ni posmoderno. Hablar de vanguardias es muy antiguo a estas alturas. O creamos nuevos términos o inventamos un sistema lingüístico que nos sirva”. Podríamos ubicar en esa búsqueda a un buen número de buscadores de aquí y allá: Julio Reija (poeta y dibujante), Rodolfo Franco (diseñador gráfico y poeta brasileño afincado en Mérida), Javier Montero (su creación La Oveja Negra sintetiza radio-arte, experimentación sonora y performance), Pablo Cobollo (humor de brillo surrealista, lector de textículos que acompaña de cortometrajes), Justo Bagüeste (instrumentista que ha grabado discos enteros con poetas), El Circo de la Palabra Itinerante (colectivo poético-musical de Sevilla), Puritani (poeta zaragozano emergente)...
Rescatemos la última idea, pues de eso se trata: de la articulación de una nueva topografía lingüística. El spoken word forma parte importante de la nueva manera de verbalizar la palabra, pero no tiene la exclusiva. Cada creador reclama un territorio propio que a veces se identifica más con órbitas como poesía sonora, poesía fonética o performance poética. O polipoesía, la última gran influencia del siglo XX, acaso el otro gran rubro en el que se agrupan las experimentaciones con la palabra. Este movimiento fundado por el italiano Enzo Minarello en 1983 (a partir de la publicación de su ensayo Polipoesía, dalla lectura alla performance di poesia sonora) cuenta con gran militancia, y propone una poesía múltiple asociada a múltiples posibilidades disciplinares y formales. ¿Ismos? Buena parte de sus abanderados participaron de la experimentación radical -fonética, sintáctica, semánticamente- a partir de la palabra: surrealismo, dadá, Merz, la audiopoesía de Henri Chopin, la optofonética de Raoul Hausmann, la rima epistáltica del italiano Mimmo Rotella… En España siempre existirá la deuda con el grupo Zaj, reverberación cagiana eventualmente ligada a Fluxus, que capitaneó el gran heterodoxo Juan Hidalgo. Aquí la polipoesía prendió rápidamente. De hecho, el Manifiesto Polipoético de Minarello se difundió desde Valencia en 1987.


Accidents Polipoètics (Madrid, 1995)

Otros pioneros, Xavier Sabater (Barcelona, 1953) y Xavier Theros (Barcelona, 1963): fundaron en 1989 el primer grupo polipoético de la península, Poliphonetica Dinámica. Dos años después, Theros y Rafael Metlikovez, crearon el ya mítico dúo Accidents Polipoètics. La lista de la gente clave no debería omitir nombres como los de Josep Ramón Roig o Bartolomé Ferrando. Carles Hac Mor y Esther Xarday, exploradores de los límites del lenguaje a través del silencio. Y otros poetas sonoros e conceptuales como Víctor Sunyol, Benet Rossell, Jesús Lizano. En este marco figuran Enric Cassasses (autor de espléndidos discos, recientemente en compañía de Pascal Comelade) o Victor Nubla. En los últimos años han seguido apareciendo propuestas como la de la micropoetisa Ajo –cabeza junto a Javier Piñango del fundamental Experimentaclub-, en armónica alianza con Nacho Mastretta. Recién aparecidas son las Poliposeídas, cordobesas.
Conviene no olvidar que el spoken word y la polipoesía vienen de tradiciones e incluso continentes diferentes. Eduard Escoffet (Barcelona, 1979), poeta sonoro y agitador cultural en proyectos tan relevantes como los festivales Proposta (que dirigió desde 2000 al 2004) e Intervocálica (organizado por Experimentaclub), apuesta por el territorio polipoético, que “tiene tanta vigencia como se quiera” e “intenta hacer una síntesis, una escritura múltiple y consecuente con los tiempos actuales que vaya más allá de la simple ruptura o de la escuela encerrada”. Escoffet, entre cuyas reivindicaciones está la de no publicar libros, opina que “últimamente se habla demasiado de spoken word, sin saber mucho de donde viene, y con confusiones varias (que también atañen a la polipoesía y la poesía). Se abusa mucho de cantantes de rock americanos que leen poemas, lo que puede ser absolutamente aburrido y falto de interés”. Silvia Grijalba, periodista y directora del festival sevillano Palabra y Música –ha traído a Nick Hornby, Jello Biafra, Lydia Lunch, Leopoldo M. Panero- apoya la teoría de la confusión y dedica más tiempo del que desearía a explicar las diferencias. “El spoken tiene un carácter teatral y eminentemente contracultural frente a lo más digamos estetiticista y simplemente poético (que es mucho, pero es otra cosa) de otros géneros de poesía mezclada con otros asuntos”, dice la que acaso sea la mayor promotora de actividades relacionadas con el género que ocupa estas páginas a nivel peninsular.
Ciertamente el spoken word es un cajón de sastre. He aquí un territorio cada vez más amplio en el que anidan viejos punks metidos a crooners de la palabra (Richard Hell, Henry Rollins, Jello Biafra); esotéricos y nuevos alquimistas (Terence McKenna, Jodorowski); conferenciantes antiglobalización (Noam Chomsky); comediantes (lean el artículo de Kiko Amat en estas mismas páginas), estrellas de la literatura al servicio del rock (Hornby –junto a su banda amiga, Marah-, Alessandro Baricco –que grabó un disco con Air-, Ray Loriga –protagonista de lecturas junto a miembros de Sonic Youth- Michel Houellebecq, con su propio proyecto electrónico) y eventualmente músicos que hacen la corte a los escritores (bien lo sabe la familia Auster, o el difunto Burroughs). Hasta los políticos se divierten jugando a grabar sus discos: Bill Clinton atesora un par de Grammys en la categoría spoken word, que existe desde los años 60, y su esposa Hillary se disputó en la última edición otra estatuilla con el senador Obama Barack. Bien pensado, y visto el formato de su película sobre el cambio climático, ¿no ha inaugurado Al Gore, estrella del spoken word en el celuloide, un nuevo formato, una nueva modalidad de conferencia pop?
Fuera bromas, se ha partido de la generalización poética para abordar el tema que nos ocupa, pero ya se ha visto que el spoken word se extiende a todo terreno narrativo. Su campo de acción no está necesariamente reducido a la poesía, lo que sirve para pulverizar las diferencias con los polipoetas. El spoken word rompe la tradición literaria eurocentrista. Es un género literario y musical, parajódicamente ajeno al mundo editorial y salvo contadas excepciones (El Europeo, sello decano de discolibros dirigido por Borja Casani, es una de ellas), ajeno al mundo discográfico. ¿Qué podría aprender el mercado literario de todo esto? De semejante desencuentro salen originales ideas. El brillante novelista mexicano Mario Bellatín gusta de realizar –lo hizo hace poco en el festival Poesía en Voz Alta, en México DF-, lecturas de su libro Perros héroes. En el escenario le acompañan las proyecciones de fotos inspiradas en su libro y realizadas por él mismo… y también le acompaña una fiera jauría de perros de verdad y de la raza de morder. ¡El audiolibro tridimensionalizado! La constatación –una más- de que palabra rebasa el texto.
Uno de los primeros festivales que amplifica claramente esta amplia noción de literatura -palabra oral, palabra impresa, palabra electrónica- es el barcelonés Kosmópolis. “En el fondo” habla su responsable, Juan Insúa, también director de actividades del CCCB, “no creo que se trate de grandes colisiones, sino de una sugestiva interfecundación y mestizaje, con una serie de crisis de géneros y formatos que inauguran un horizonte inédito”. Opina que “los buenos exponentes de spoken Word -como Saul Williams- han logrado una singular revitalización de la dicción poética, aunque autores como Harold Bloom consideren que el slam poetry es ‘la muerte de la poesía’. A veces, una letra de rap o spoken word puede expresar con mas potencia la actual situación de los jóvenes que algunos jóvenes poetas anclados en un lirismo anómico”. Insúa, que ha juntado en Kosmópolis a personajes tan variopintos como Arnaldo Antunes, Cees Nooteboom o Carlos Fuentes, puntualiza: “También es cierto que un adecuado conocimiento de la tradición poética -al menos del siglo XX- serviría a slammers, raperos y algunos exponentes de spoken word a enriquecer su arte”.

Tal vez se edita más poesía que nunca. Existe un boom que, no obstante, cuesta argumentar sin la autoridad que da la estadística. Nadie lleva la cuenta de los miles de poemarios que aparecen cada año en minúsculas tiradas (nueva facilidad que proporcionan las imprentas digitales), ni existe un censo con las decenas de pequeñas editoriales que trabajan casi en el anonimato, y que frente al mito de las listas de espera de años de las grandes editoriales del sector presentan sus libros en bares y centros alternativos lejanos a la naftalina de muchos Ateneos. Los agentes literarios gestionan la actividad narrativa de sus autores, pero les invitan a que se encarguen ellos mismos de la poesía: no les compensa, no es negocio. No: no hay circuito. No hay crítica. Aparentemente no hay público. Sin embargo la seducción de una voz poética más conversacional revela un poder creciente: comienza a haber talleres, secciones en los festivales, más convocatorias. El spoken word existe como una realidad poética y literaria paralela, como una radio libre que no respeta ni una de las reglas percibidas como “poesía” por el “gran público”. ¿Está todo el mundo equivocado? Tal vez sí. “Llegará el día”, opina Escarpa, “en que todo esto que estamos haciendo se estudiará como se estudia a Garcilaso”. Tal vez sea mucho decir. Al menos es cierto que Allen Ginsberg, marginal total hasta hace pocos años, hoy está en el temario de todas las universidades americanas.

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